Como nos gusta mucho viajar, pero muchos viajes no están al alcance de todos los bolsillos, aquí os dejo este acercamiento a la "tierra santa": rincones de Israel y Palestina, entre ellos la mítica Jerusalén. La Cadena Ser viajes nos muestra este recorrido interesante. Algunas ciudades bíblicas: Nazaret, Belén, Jericó. Mares: El Mar Muerto, El Mar de Galilea... Al fin y al cabo nuestra cultura.
La última parada de los Reyes Magos en Tierra Santa.
Con los Reyes Magos a punto de llegar a Belén persiguiendo una gran estrella que iluminaba cada una de las noches de su largo viaje me gustaría que nos detuviésemos en los rincones más navideños de Tierra Santa, concretamente de Israel y Palestina. Éste es un punto en Oriente Próximo con más historia de la que cualquiera de nosotros podría digerir. Las Sagradas Escrituras sitúan aquí numerosas escenas que son conocidas tanto para el creyente como para el que no lo es. Y esa familiaridad de nombres como Belén, Nazaret, Jerusalén, el Mar Muerto o Galilea hace que este viaje de tintes históricos y religiosos sea una especie de ruta a los orígenes de una cultura milenaria.
Seguimos la estela de las luces que nos acompañan otra Navidad más para conocer lugares en los que todo aquello sigue vivo.
JERUSALÉN.
La ciudad tres veces santa es todo un viaje a la más pura irracionalidad, un cosquilleo emocional de difícil explicación independientemente de si se es cristiano, musulmán, judío, ateo, agnóstico, budista o zoroástrico. Eso no importa porque los pasos que uno da en el interior de la ciudad vieja amurallada nos llevan a miles de historias conocidas cuya huella sigue plasmada en todas partes. Repartida en cuatro trozos de un incómodo pastel que se comprende en barrios como el judío, el cristiano, el musulmán y el armenio da la impresión que si hay sitio para todos, éste es demasiado pequeño.
Los cristianos siguen el Vía Crucis marcando con una equis todas y cada una de las estaciones del último sendero tomado por un Jesucristo castigado a cargar su propia cruz por ser el Mesías, el Rey de los Judíos que ponía nervioso tanto al Sanedrín como a Roma. Desde su oración en el huerto, su prisión, su conversión en Ecce Homo vituperado por un pueblo que gritó por el ladrón Barrabás o el largo camino al Monte del Calvario y al Santo Sepulcro, ese templo máximo de la cristiandad al que acuden millones de creyentes cada año. En Semana Santa hay quien porta su propia cruz de madera como penitencia e incluso se habla del Síndrome de Jerusalén para explicar el extraño comportamiento de algunas personas que se creen en ese momento distintos personajes que aparecen en el Nuevo Testamento.
Y mientras la cristiandad se agarra como a un clavo ardiendo a los lugares por los que anduvo Jesús y buscando la sala donde se celebró la Última Cena, los judíos centran su mirada y sus oraciones al muro de las lamentaciones, resto del Segundo Templo que ahora ocupa unos metros más arriba la conocida como Explanada de las Mezquitas, donde la mítica y dorada Cúpula de la Roca guarda el lugar del intento de sacrificio de Abraham (Ibrahim para los musulmanes) a su hijo Isaac (Ismael para los musulmanes), el nacimiento de la escalera al cielo de Jacob y el lugar desde el cual el profeta Mahoma partió a los cielos acompañado del Arcángel Gabriel.
Una de las mejores postales de Jerusalén, donde se tiene conciencia de todo lo que se yergue (e hierve) ahí abajo es desde el Monte de los Olivos, en el que ve pasar la vida de los últimos cuatro mil años. Sencillamente Jerusalén no decepciona, sino que emociona a todos por igual.
NAZARET.
Aunque Jesús nació, como todos sabemos, en Belén, él fue de Nazaret como sus padres. En el norte de Israel, próximos ya al Mar de Galilea, quedan las piedras y las hipótesis de dónde vivió María, donde trabajó José y cómo fueron los años que no se conocen de Jesucristo. Es una de las paradas imprescindibles en las rutas que se hacen a Tierra Santa por todo lo que significa. Su centro de peregrinación más importante es, sin duda, la Iglesia de la Anunciación, construída sobre la que se cree fue la casa habitada por María y José y en la cual la tradición cuenta que fue anunciado por el Arcángel Gabriel el nacimiento de Jesús.
EL MAR DE GALILEA.
Allá donde pescaban Pedro y los demás Apóstoles, donde la Biblia sitúa a Jesucristo caminando sobre las aguas, se sitúa el conocido como Mar de Galilea. Es en realidad un enorme lago de agua dulce que tiene además la consideración de ser el más bajo de todos los que hay el Planeta, a 214 metros por debajo del nivel del mar. Quizás una de las ciudades más interesantes para visitar a sus orillas es Tiberíades, construída por Herodes Antipas en honor al Emperador romano Tiberio. Allí los restos de esta época son fabulosos y se pueden tomar embarcaciones que surquen las aguas del Mar de Galilea (también llamado Lago Tiberíades).
EL MAR MUERTO.
Este tampoco es un mar, en primer lugar porque es un lago interior regado por las aguas del Jordán y en segundo porque tiene nueve veces más sal que en cualquier Océano. Tanta que nos permite sumergirnos en él y salir siempre a flote, siendo imposible hundirnos en él. Además tiene unas propiedades curativas que bien sabían grandes reyes como Herodes, que vino aquí a tratarse una enfermedad de piel (dicen que psoriasis). Pero bíblicamente es el lugar en el que se ubicarían la ciudades de Sodoma y Gomorra, supuestamente castigadas por la ira de Dios por ser los pueblos más pecadores de la Tierra.
En Israel lo más recomendable es ir a darse un baño al Balneario de Ein Gedi, con la posibilidad de embarrarse hasta los ojos, y de flotar como un barco de papel. Además muy cerca se encuentra la Fortaleza de Masada, protegida por la UNESCO y cuyas vistas merecen todo un viaje. Tampoco quedan lejos las ruinas esenias de Qumrán donde se encontraron los célebres Manuscritos del Mar Muerto y que tanta información han proporcionado a investigadores y arqueólogos sobre la vida en la zona hace más de dos mil años.
EL RÍO JORDÁN.
Uno de los momentos más especiales para los peregrinos cristianos que viajan a Tierra Santa es cuando con sus manos las aguas del río Jordán, el mismo en el que la Biblia cuenta que Jesús fue bautizado. Un estrecho río compartido con Jordania es uno de los santos lugares más importantes de toda la ruta. Son muchos quienes acuden especialmente allí a recibir el sacramento del bautismo.
JERICÓ.
Probablemente la ciudad más antigua del mundo. Se encuentra en territorio palestino, con Jordania a un tiro de piedra (literal). Allá donde la Biblia cuenta que las trompetas echaron las murallas abajo sobreviven numerosos pasajes narrados en las Sagradas Escrituras. Como por ejemplo el Monte de las Tentaciones en las que Jesús fue tentado por el Diablo. Ahora uno puede subir en una especie de teleférico hasta cuevas que se sabe fueron de siempre ocupadas por ermitaños.
También se encuentra la higuera a la cual el recaudador Zaqueo subió para observar la llegada de Jesucristo, a quien le dijo se hospedaría en su casa y nació la bendición “a los puros de corazón”. Los trabajos arqueológicos siguen igualmente destapando una ciudad con más de seis mil años de antigüedad.
La gente aquí es espacialmente amable, sobre todo con el extranjero del que saben que llega a conciencia para visitar una de las ciudades más históricas que se conocen en el mundo. Un buen hummus en la plaza hará el resto para que Jericó termine de seducirnos.
BELÉN.
Y aquí termina nuestro viaje, en la ciudad del portal y el pesebre más famoso de la Historia. La Basílica de la Natividad, construida sobre donde se cree se hospedaron María y José para que naciera, es el templo preferido de los peregrinos a Tierra Santa. Quizás porque apenas ha sido tocado en cientos de años y conserva la pureza de antaño. Aquí llegaron los Reyes Magos persiguiendo una estrella, unos dicen que atravesando Persia y el desierto de Arabia, y otros historiadores tratan de ubicarlos en la antigua Tartessos (costa sudoeste de la Península Ibérica) tras las últimas investigaciones que se han hecho al respecto. Sea como fuere llegaron a otra de esas ciudades que merecerían un capítulo aparte en toda crónica de viajes.
Belén, tan cerca y tan lejos de la deseada Jerusalén, separadas por un muro de hormigón que no citatriza sino todo lo contrario, es uno de esos lugares de Palestina y Tierra Santa que emocionan, seducen y te hacen suspirar. La imaginación se pone a volar en el tiempo, a dos mil años hacia atrás, y cada detalle se palpa como una nueva sorpresa.
La Gruta de la leche o donde los pastores aguardaron el nacimiento más esperado de siempre son otros rincones por donde pasan los peregrinos. Algo más lejos, a pie de taxi amarillo típico palestino, se encuentra el Herodyon, castillo que como su propio nombre indica perteneció a ese Herodes que todavía se invoca a los niños como si del coco o el hombre del saco se tratara. Su papel en esta historia no cabe duda fue determinante. Si no de qué se hablaría de los Santos inocentes y de la huída a Egipto de la Sagrada familia.
Ya digo que da igual creer que no creer para saborear los santos lugares, pero que nadie tenga duda que el de Tierra Santa es un viaje a los orígenes y a una tradición que todavía pesa lo suficiente como para no olvidarla.
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